¿Cuál es la imagen que México proyecta al mundo estos días?
La respuesta no es muy difícil de obtener: todo
depende a quién se le pregunte. Si uno observa los indicadores de performance o acción de la economía, la política y
el sector social, México todavía es un país con muchos problemas. La imagen que
estos datos arrojan son los de un país con un pobre desempeño económico, con
altos índices de corrupción, con una violencia criminal sostenida, y con un
nivel educativo muy por debajo del promedio de los países emergentes.
Si uno pregunta a los ciudadanos de
países con cercanía a México, Canadá, EUA, Japón o Francia, el imaginario es
una mezcla de exotismo cultural, naturaleza y turismo de buen nivel, una
violencia galopante asociada con cárteles de drogas y un país “promesa”.
Si uno le
pregunta al gobierno federal, encabezado por el presidente Enrique Peña Nieto, el imaginario que proyectamos es el
de un país “en movimiento”, con reformas clave en sectores energético,
político y educativo, lo que nos vuelve un país atractivo para las inversiones,
el turismo y el comercio. ¿Cuál de estas versiones es la correcta?
Desde los
orígenes del Estado-Nación, los países han estado interesados en la manera como
son percibidos por otros, sean sus vecinos amistosos o sus lejanos enemigos.
Por supuesto, esta preocupación es legítima.
Primero,
porque para consolidarse dentro del sistema internacional los países tenían que
ser aceptados y reconocidos de manera recíproca por sus pares a través de un
juego diplomático bien conocido.
Segundo,
porque este juego de reconocimiento estaba basado en percepciones de hegemonía
y periferia y por tanto, se refleja en la manera como las imágenes proyectan a
una nación en el exterior. Durante el periodo comprendido entre los siglos XVII
y XIX los gobiernos no sólo estaban preocupados por la administración de sus
poderes domésticos, sino que tenían que poner atención a la manera como eran
vistos en el exterior. Se puede decir que la sobrevivencia geopolítica
dependía, en cierta medida, de estas percepciones. Podemos decir con seguridad
que a través de la historia, los países han intentado construir una imagen que
los represente de mejor manera en la arena internacional, por razones
hegemónicas, de defensa o de cooperación.
En
nuestros días, la Globalización incorpora nuevos actores que participan de las
relaciones internacionales directa e indirectamente. La complejidad es mayor.
Hoy en día, es relativamente fácil construir o diseminar estereotipos y
simplificaciones de los otros en los medios digitales e impresos, haciendo
caracterizaciones de sociedades o países que reflejan prejuicios e ignorancia
del emisor.
Algunos de
estos pueden ser positivos (por ejemplo, Brasil y el fútbol soccer) y otros
pueden ser devastadores (Afganistán, una nación de terroristas). Sin embargo,
hay algo de paradójico en todo esto. En un mundo donde las fuentes de
información son tan vastas y el acceso a ellas es relativamente sencillo,
seguimos construyendo ideas sobre otros países a partir de estereotipos y
simplificaciones banales o inexactas.
Es claro que hoy en día el gobierno y la sociedad mexicanos
enfrentamos una batalla muy compleja contra el crimen organizado, y muy
especialmente contra el narcotráfico y sus cárteles. Ejemplos: más de veinte
mil personas han perdido la vida en enfrentamientos con el crimen organizado en
los últimos quince meses, desde la toma de posesión del nuevo presidente, y
otros aspectos criminales relacionados se incrementaron notoriamente,
sobresaliendo la trata de personas, el secuestro, el robo de autos y el
comercio de drogas y armas ilegales.
Zonas enteras del país han sido declaradas como riesgosas o
francamente intransitables por gobiernos extranjeros en alerta a sus
ciudadanos, especialmente en Michoacán y Tamaulipas
Ciertamente, México enfrenta dificultades enormes y que
repercuten en su imagen internacional y por tanto su reputación. Por tanto, el
reconocimiento de esta realidad y su adecuada contextualización por parte del
gobierno de México a través de una buena diplomacia pública en los medios
internacionales es indispensable.
Con todo, la mala fama de nuestro país en el exterior es
relativamente reciente. En los años noventa hice un estudio de la imagen de
México a nivel internacional. Entre los resultados me encontré que México se
asociaba con siete símbolos principalmente: Frida Kahlo, tequila, los aztecas,
las pirámides, las playas, corrupción y sombreros. Es decir, folclor y
exotismo; pero en el mejor de los casos, no había muchas asociaciones
negativas.
En un estudio realizado
en 2004 por el Consejo Mexicano de Comercio Exterior para evaluar lo que
pensaban los miembros del TLCAN de sus vecinos, Canadá y EUA percibían a México
como un país pobre, injusto, expulsor de migrantes, peligroso, dividido,
tradicional y con playas soleadas. Hace un par de años, The Anholt-GfK Roper
Nation Brands Index elaboró un estudio para México sobre su imagen
internacional. De cincuenta naciones analizadas, México estaba en el lugar 31,
siendo el campo político, o de gobierno, el más perjudicial para su imagen,
seguido de la percepción de sus exportaciones y el de oportunidades para
inversión. Los temas más positivos fueron el de la cultura y las cualidades de
la gente de México, vistos como hospitalarios y amigables. Como dato curioso,
los estadounidenses eran los más proclives a tener una percepción de México más
negativa y los latinoamericanos, en general, más positiva. Hay muchas lecciones
que aprender de todo esto.
¿Qué hacer en este 2014 con la imagen de México?
Es importante reconocer, prima
facie, que México debe encarar los problemas que tiene frente a sí, y
darle soluciones reales y honestas. Programas contra la corrupción, de
desarrollo social y educativo deben ser el eje de una estrategia desde abajo.
La propaganda no es opción: ni somos el mejor país del mundo, ni vamos a acabar
los problemas que tenemos de la noche a la mañana.
Lo segundo es desarrollar un mejor aparato de comunicación
internacional y contar con un programa ambicioso de diplomacia pública y
cultural que nos permita resaltar, matizar y contextualizar lo que es
importante para el país (subrayando nuestra potencia cultural) y la imagen que
queremos dar al exterior. Finalmente, debemos reconocer que solo en la medida
que recuperemos la salud democrática, nuestra capacidad productiva y la
consolidación de instituciones que nos brinden certeza y justicia,
encontraremos la clave para proyectar un país respetable a nivel internacional.
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